DA TIEMPO AL AMOR "Novedad"

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jueves, 6 de diciembre de 2012

On 17:18:00 by MARÍA SERRALBA in    Sin comentarios

LA NIÑA DEL ABANICO por María Serralba
II Certamen Poético Literario NUMEN
Comunidad Valenciana 2012

 Hoy es día de romeros, de jinetes y carretas,
de mujeres campesinas y señoras de alta esfera.

Todas ellas ataviadas con los trajes de campera,
llevan botas de serraje, faldas vistosas y estrechas,
que ciñen a sus cinturas para soltarse en las piernas,
y dejarles caminar sin apreturas, ni penas.

Ajustándoles el talle, un mantón, y en la pechera,
la medalla de la Virgen -a la que todos veneran-,
les anima con fervor a dirigir sus carretas,
adornadas de colores, con flores, cestas y telas,
resguardando del calor a las personas enfermas,
que a pesar de su salud, quieren unirse a la fiesta.

Con paso recio y certero, van llenando las veredas,
los arroyos, los caminos, las lomas y las laderas,
primero van los jinetes, tras ellos, van las carretas,
intentando cada día prolongar menos la espera,
entreteniendo la panza con las comidas caseras
y sus fuerzas, con los rezos y cantos de plañideras.

El gentío que paciente en la ermita les espera,
les parece divisar, entre la gran polvoreda,
como llegan peregrinos procedentes de otras tierras,
a venerar a su Virgen, a la blanca rociera,
que les mira con candor en penumbra y a la espera,
resguardada en una ermita de un pueblecito de Huelva.

Aferrándose a la verja que separa las dos puertas,
allí se agolpan devotos los que vienen de la aldea,
en la mano, con candiles, y otros vela, la contemplan,
hablando tres mil idiomas, sin haber dormido apenas,
esperan el gran momento en que se abran las puertas,
y salga de su interior esa Virgen mañanera.

Desde la noche anterior,
Raquel, la hija pequeña del aguacil de este pueblo,
se ha vestido de almonteña.
Es todavía muy joven,
hace poco sus coletas le llegaban a los hombros,
hoy peinadas en dos trenzas, le cruzan la coronilla de su preciosa cabeza.

Con los ojos de aceituna sevillana, de las negras,
la niña cogió sus ropas y enfundó bien su silueta,
de abejilla primorosa con ganas de mucha fiesta.

Sintiendo correr hormigas, palomas y hasta luciérnagas,
al ver pasar a los hombres, con sus jubones a cuestas,
con su porte principesco, y sus chalecos de fiesta,
Raquel no puede aguantar ni un minuto más despierta,
y olvidándose de todo, abandonó sus tareas,
para unirse a tantos fieles que iban camino a la iglesia.

Así pues, con la medalla luciéndole en su pechera,
se marchó a toda prisa para esconderse certera,
entre el paso de las gentes y el polvo de las carretas.

Llevaba un año esperando a que llegase esta fecha,
y a que la noche estrellada se inundara con hogueras,
con sus pies medio descalzos desplazándose en la arena,
va marcando sin cesar, bulerías, sevillanas, al toque de panderetas,
mientras, mujeres y niños, cantan y hablan con su jerga,
y los hombres atan fuerte el caballo a la carreta.

Su padre que no la vio, y que duda que la vea,
pronto tuvo que partir a resolver un problema,
pero se encuentra tranquilo por qué está con la certeza,
de que su hija aún duerme, que ronca, e incluso sueña,
sobre sábanas de lino y almohadas de plumas secas,
ya que su casa es tranquila al vivir en las afueras.

El hombre, fiel al trabajo, ha partido casi en vela,
para unirse a tanta gente y ver si todo anda en regla,
cumpliendo su obligación, se apostó junto a la verja,
esperando el empujón de aquella humana barrera,
que le dejase entre ver, a la paloma almonteña,
y escuchar, bañado en lágrimas, una salve rociera.

¡Que viva nuestra señora!, ¡que sea bendita ella!

El clamor con que los fieles abordan la parihuela,
es sabido de estas gentes que amenazan con romperla,
tan solo los más expertos, la llevan en anda recia,
apoyada en sus hombros, sin ataduras y expuesta,
al vaivén del populacho que disfrutaba al mecerla.

Todavía es muy temprano, y la gente en sus carretas,
va persiguiendo a la imagen que, en otra, llevan expuesta,
y le cantan seguidillas, y le rezan, y veneran,
mientras bailan bulerías y palmas repiquetean,
en las manos de los niños, madres, padres y las abuelas.

¡Que viva nuestra señora!, ¡que sea bendita ella!

Para Tomás hay asuntos que resolver con presteza,
como el del niño, que el carro le ha truncado las dos piernas.
Sin tardar ni media hora, ha organizado la gesta,
y entre el público ha pedido un médico, o alguien que entienda,
y a otros, que le despejen un camino o vereda,
a fin de llevar al niño al hospital que hay más cerca.

“Ese niño está muy mal” –le comentaron ya cerca
del amasijo de huesos, sangre, carne y muchas telas.
Aun así, sin ver la cara, Tomás notó que sus venas se sentían congeladas,
y el corazón bombeaba al ritmo de una carrera;
la visión de ver pequeños con heridas traicioneras,
todavía, en su persona, le hacen temblar las piernas.

Exhalando con temor, el aire que le restaba,
volvió a tomar el control de su mente y de su habla,
dirigiéndose al gentío, les gritó con gran dureza,
¡A ver!, dejadme pasar, ¿no veis que estáis estorbando?, ¡necesita respirar!,
¿no veis que con tanta gente le podemos asustar?,
¡venga!, ¡vamos!, ¡todos fuera!, ¡qué, lo que sea, será!

Descartando pensamientos que le nublaban la mente,
y apartando a los curiosos con manos, codos y temple,
y volviendo a inspirar para aguantar sin ñoñeces lo que sus ojos mirasen,
Tomás avanzó derecho, hasta llegar a aquel cuerpo, pequeño, sucio e inerte,
que mantenían tapado a los ojos de la gente, con una manta de cuadros,
casi todo destrozado, y a mala penas, viviente.

Con gesto desconcertado el hombre cayó doliente,
tomando sin titubeos entre sus brazos el cuerpo de aquel triste penitente.
en sus brazos lo meció, como una madre a su hijo,
que le da todo su amor, a pesar de estar dormido,
ni un llanto, ni un triste grito salieron de la garganta del aguacil y del niño,
mientras, lágrimas ardientes recorrían sin control el rostro de mucha gente.

¡Dios mío!, ¿pero qué he hecho?,
¡la suerte me ha abandonado!
hoy sin este querubín mi vida se ha terminado.
¡Muerte!, ven pronto a por mí,
y no me dejes aquí, triste y vistiendo de negro,
mientras a mi querubín, te lo llevas a los cielos.

Con el pecho destrozado y un llanto desgarrador,
el hombre dejó en el suelo el fruto de su rencor,
una niña con dos trenzas anudadas con primor arriba de su cabeza,
junto a ella, una cinta de color de la esperanza, y un abanico de seda,
regalo de Comunión, y en su pecho, la medalla,
en forma de camafeo contemplando la desgracia.

Del cuerpo de la pequeña, su familia se encargó llevándoselo a su casa,
y cavando en el jardín un agujero de tres brazas,
lo metieron allí dentro, para luego bien taparla,
con una losa de mármol donde con letra clara,
le pondrían fecha y nombre, y palabras de templanza,
con tierna dedicatoria que le escribiera su hermana.

Nadie supo bien la suerte que corrió aquella familia,
tan solo alguien contó, que pasados unos días,
el aguacil enfermo a raíz del incidente,
y que al poco, le enterraron junto a su hija, Raquel,
y plantaron junto a él, un galán de flores blancas,
perfumando con su olor, las noches más estrelladas.

Hay muchos que aun recuerdan con dolor el incidente,
y van a ver el jardín donde padre e hija duermen,
para observar sorprendidos, que la lápida de ella hoy también se ha descorrido,
mirando a diestra y siniestra, temiendo lo desconocido,
el turista quisquilloso rebusca en la enredadera,
pero allí, no había nadie que le hiciese estar en vela.

Al otro lado del río, más pegada a la ladera,
una joven hoy pasea con su traje de almonteña,
lleva mucho trecho andando, y lo hace,
a la espera de que algún mozo le ceda su montura principesca,
para llevarla a la ermita, trotando sobre las hierbas,
y agitar su abanico como si fuese una reina,
Raquel parece feliz, nadie sabe que está muerta.

Hoy es día de romeros, de jinetes y carretas,
de mujeres campesinas y señoras de alta esfera,
los hombres, con sus espuelas, atizan a los pollinos.

¡Corre, corre!, ¡vuela, vuela!,
¡que la Virgen del Rocío está esperando a la puerta!

©María Serralba

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